Redescubrir el cuerpo y el placer como territorio propio
Nosotras, las mujeres, heredamos una mirada parcial sobre nuestro cuerpo. Se nos enseñó a entenderlo a través de su función biológica —gestar, menstruar, amamantar— pero rara vez como fuente de placer y conocimiento. En la mayoría de los discursos médicos y religiosos, la anatomía femenina se presentó como un objeto de estudio, no como un espacio habitado por deseo. Y en ese gesto de omisión, el placer quedó relegado a un rincón de vergüenza y silencio.
La psicopedagoga Analía Pereyra, especialista en educación sexual integral, y nuestra cofundadora Ursula Pfeiffer coinciden en que recuperar el conocimiento del cuerpo femenino es un acto de emancipación. La forma en que lo nombramos revela cuánto poder nos han quitado y cuánto podemos recuperar. Hablar de vulva, clítoris o labios mayores con naturalidad no es irreverencia: es reapropiación. Es reconocernos como las únicas intérpretes válidas de nuestra experiencia corporal.
Reclamar lo que siempre fue nuestro
Analía lo expresa con claridad: “En nuestra cultura todo gira en torno a la vagina como órgano para lo reproductivo, pero nada se habla del placer.” Ese desequilibrio se repite en las aulas, en los consultorios y en los medios. El cuerpo de la mujer sigue siendo narrado desde la función, no desde la sensación.
Ursula, desde su trabajo en Yuriyana Club, profundiza en la raíz del problema: “Entre el discurso académico que rara vez aterriza en la experiencia y la mercantilización del sexo, queda un enorme vacío: el de una conversación femenina y real sobre la sexualidad.” Ese vacío nos deja sin referentes, nos enseña a sentir culpa antes que curiosidad, y refuerza la idea de que conocernos es un gesto de audacia, no de bienestar.
Recuperar el lenguaje con el que nombramos nuestro cuerpo es, en sí mismo, un acto de poder. Cada palabra que dejamos de callar nos devuelve la posibilidad de habitar.
La anatomía del placer
La ciencia y la educación han invisibilizado el órgano más poderoso del placer femenino. Como recuerda Analía, “el clítoris es un órgano creado únicamente para el placer. La mayoría de las personas solo conoce el glande, pero por dentro tiene raíces que se llenan de sangre cuando nos excitamos.”
Ese desconocimiento no es casual. “Hay mujeres que aún creen que la vagina es por donde se orina”, advierte Analía. “Eso no es ignorancia: es consecuencia de una educación que calló lo esencial.”
Ursula lo resume en un gesto revelador: “Para describir el clítoris todavía tenemos que compararlo con el pene. Eso muestra cuánto más entendemos la sexualidad masculina que la nuestra.” La medicina, al tomar el cuerpo del varón como referencia universal, nos dejó sin mapa propio. Pero cada vez que una mujer conoce su anatomía y la llama por su nombre, comienza a dibujarlo.
Más allá del mito del punto G
Por décadas se nos hizo creer que el placer dependía de un punto oculto, casi mágico, que alguien más debía encontrar. “El punto G no es un botón ni un secreto, sino una zona sensible”, explica Analía. “El cuerpo femenino entero es erógeno.”
Esa comprensión transforma la forma en que vivimos la intimidad. Como señala Ursula, “nos vendieron la idea de que nuestro placer debía ser descubierto por otro, cuando en realidad el descubrimiento empieza al explorarnos nosotras mismas.” El placer no se entrega: se reconoce.
Cada cuerpo tiene su propio ritmo, su biografía emocional, su manera de sentirse seguro. Conocer esa singularidad es liberarnos del modelo ajeno que nos enseñó a esperar aprobación antes que disfrute.
Educar sin culpa
Si hablar de placer aún incomoda, es porque fuimos educadas en el silencio. Analía observa que “en los espacios educativos todavía hay miedo de hablar sobre placer, especialmente el de las mujeres.” Ese miedo se transmite de generación en generación, envuelto en eufemismos y mitos.
Ursula lo sintetiza con lucidez: “No podemos cuidar lo que no conocemos ni disfrutar lo que no entendemos. La vergüenza nace del silencio.”
Por eso necesitamos una educación sexual integral que no solo hable de reproducción, sino también de bienestar, consentimiento y gozo. Hablar del cuerpo no es indecencia: es reparación.
El deseo como experiencia circular
El deseo femenino no responde a una línea recta de estímulo, excitación y clímax. “Nuestra respuesta sexual es circular”, explica Analía. “A veces primero llega la intimidad, luego la excitación y después el deseo.”
Ursula complementa: “Más que una conexión romántica, lo que necesitamos es sentirnos seguras en nuestra vulnerabilidad. Saber que podemos entregarnos sin miedo ni juicio.”
El deseo florece en la confianza, no en la obligación. La calma, la risa y el contacto sin prisa son tan eróticos como cualquier estímulo.
Reconciliarnos con el cuerpo que tenemos
“Antes de disfrutar del cuerpo, hay que reconciliarse con él”, dice Analía. “Mirarse al espejo, conocer la vulva, verla como algo propio y hermoso.” Esa práctica sencilla puede ser profundamente transformadora.
Ursula lo describe como un gesto de honestidad: “Desnudarse emocionalmente está ligado a desnudarse físicamente. Si no aceptamos nuestros pliegues y cicatrices, difícilmente podremos sentirnos libres.”
La libertad no nace de la perfección, sino de la presencia. De mirarnos sin juicio, de agradecer lo que somos.
Mutilaciones visibles e invisibles
No todas las formas de represión se expresan con violencia física. “En algunos países, la mutilación genital busca impedir que la mujer sienta placer”, recuerda Ursula. “En Occidente, la mutilación es simbólica: se nos niega educación sobre el clítoris y se nos enseña a sentir culpa.”
Analía coincide: “Existe una mutilación psicológica y cultural. Nos enseñaron que no debemos tocarnos ni explorarnos. Así se forman generaciones de analfabetas sexuales.”
Cada conversación que desarma ese tabú es una restitución. Cada palabra dicha en voz alta nos devuelve el derecho a sentir.
Autoestimulación y autoconocimiento
Incluso el lenguaje con que nombramos el placer puede liberarnos o limitarnos. “La palabra masturbación viene de ‘turbar con la mano’”, explica Analía. “Prefiero hablar de autoestimulación. Es una práctica de autoconocimiento, no un acto de culpa.”
La autoexploración nos enseña a escuchar el cuerpo con atención: a reconocer qué ritmo, textura o movimiento despierta bienestar. No es imitación, sino escucha. “Nuestro cuerpo ya sabe”, recuerda Ursula. “Lo que falta es aprender a oírlo sin miedo.”
Recuperar el derecho a sentir
Hablar del placer con naturalidad es una forma de emancipación. Como dice Analía, “necesitamos espacios para aprender lo que no se enseñó y desaprender lo que nos dañó.”
Y como resume Ursula, “conocer nuestro cuerpo es conocer nuestra libertad. Y esa libertad empieza cuando dejamos de callar lo que nos pertenece.”
Mira el episodio complementario “¿En Verdad Conoces tu Cuerpo de Mujer?” en nuestro canal de YouTube: https://youtu.be/_Lfjy5qT-1M


