
Reconsiderando nuestro lugar
Al llegar al cierre del Mes de la Mujer y al pensar sobre nuestro lugar en la sociedad, me quedan más preguntas que respuestas. Es verdad que en los últimos 150 años hemos logrado avances en temas de derechos de la mujer que antes hubiesen sido impensables. En el ámbito político, la mayoría de naciones aseguran por ley el voto femenino. Son muchas las mujeres que participan activamente en el quehacer político y de gobernanza a todo nivel. Al momento de escribir este artículo, 26 países cuentan con mujeres como sus máximos líderes.
Más allá de los avances en la arena política y gubernamental, las mujeres también hemos logrado importantes progresos en lo educativo y laboral. Muchos países han implementado políticas y programas para garantizar la igualdad de acceso a la educación y promover la participación de las mujeres en campos antes dominados por hombres, como la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (STEM).
Hace apenas un par de días en Afganistán, el Talibán anunció que retomarán la costumbre de lapidar y azotar a las mujeres como castigo. Sin duda, un caso extremo pero la violencia física y sexual perpetuada contra la mujer se mantiene como un problema apremiante alrededor del mundo. Por otro lado, la brecha salarial de género persiste aún en países considerados más progresistas en temas de equidad. Hemos avanzado, sí, pero queda aún mucho por hacer.
Es importante resistirnos a la idea de que todo ya está dicho en lo que respecta a los derechos de la mujer. No sólo porque existen aún países, como en el caso de Afganistán, donde estos derechos no se respetan; sino porque aún en países donde se protegen los derechos de la mujer por ley, hay el peligro de que resurjan actitudes machistas como un reflujo de aguas servidas. Más aún, llevadas por la costumbre de siempre anteponer las necesidades de los demás sobre las nuestras, corremos el riesgo de sentirnos culpables, demasiado codiciosas, por querer más. O bien, por estar enfocadas en mantener el terreno ganado, olvidar que nada sirve lograr una supuesta equidad si en el camino perdemos nuestra identidad.
Ante esto, la mejor estrategia es cuestionar. Preguntarnos, ¿quién determina en pleno siglo 21 como la mujer se debe ver y cómo debe actuar? ¿Qué necesitamos hacer para desterrar de nuestro imaginario ese ideal de mujer que agrede día a día nuestros cuerpos? ¿Cómo curamos esa neurosis social por el que se exige a la mujer ser sexy pero no sexual… independiente pero no autónoma… activamente partícipe pero no protagonista? ¿Cómo resistirnos a un estilo de liderazgo anclado en el poder, la imposición y la competencia? ¿Qué podemos aportar como mujeres hacia un futuro más sostenible y una mejor sociedad y mundo?
Por siglos hemos estado relegadas al banquillo mientras otros determinaban el curso de la historia y del planeta. A puerta de entrar a una escalada en la violencia mundial del cual no haya retorno, ha llegado la hora de que la mujer tome un rol central. Demostremos con nuestro ejemplo los conocimientos que hemos adquirido a lo largo del tiempo: que se puede ser fuerte sin necesidad de recurrir a la agresión; que la colaboración puede rendir más frutos que la competencia; que estar atentos a las necesidades del otro no es ser débil sino empático y necesario; que la palabra es más poderosa que los golpes; y que cuando nos acercamos a un problema de forma solidaria todos ganan en el proceso. ¡Qué mejor momento que éste para explorar otra manera de hacer las cosas… con un punto de vista más nuestro… de mujer!