La mente como jardín: elegir qué pensamientos cultivar
Cada día, nuestra mente recibe miles de estímulos. Algunos florecen y se convierten en ideas que nos sostienen; otros, como maleza, invaden nuestro terreno emocional hasta agotarlo. La buena noticia, como explica la psicóloga y terapeuta Rebeca Podestá, es que “nuestro cerebro está en constante cambio y tiene la capacidad de adaptarse y reconfigurarse”. Ese principio es conocido como neuroplasticidad.
Pero no se trata de una simple adaptación pasiva. Lo que pensamos, decimos y sentimos a diario moldea activamente las conexiones neuronales que determinan cómo interpretamos el mundo. “Es muy importante lo que decimos y lo que pensamos. Cada vez que decimos algo negativo, nuestro cuerpo y nuestra mente lo registran como real”, enfatiza Rebeca.
Lejos de ser una sentencia, esta afirmación abre una posibilidad transformadora: si podemos construir patrones que nos dañan, también podemos construir otros que nos nutran.
Gratitud: el ancla que nos trae al presente
En un mundo saturado de expectativas, listas de tareas y exigencias autoimpuestas, practicar la gratitud puede parecer ingenuo. Sin embargo, desde la neurociencia hasta la psicoterapia, los beneficios de este gesto están ampliamente documentados.
“Nuestra mente está acostumbrada a enfocarse en lo que falta”, explica nuestra cofundadora Ursula Pfeiffer. “Pero si cambiamos ese foco hacia lo que sí está, hacia lo que ya funciona, generamos un terreno emocional más fértil”.
Rebeca lo traduce en una práctica concreta: “Una forma simple de empezar es anotar tres cosas por las que estés agradecida cada día. Puede ser desde un café caliente hasta una conversación bonita. El agradecimiento cambia nuestra química cerebral”.
Este sencillo hábito activa regiones cerebrales asociadas al bienestar y disminuye la actividad de aquellas vinculadas con la ansiedad. Es, en esencia, una gimnasia emocional que fortalece nuestra resiliencia y reduce el estrés.
El poder de las afirmaciones: no es magia, es entrenamiento mental
“Una afirmación es una frase positiva, en presente, que nos ayuda a reprogramar creencias limitantes”, afirma Rebeca. Y aunque a veces pueden sonar forzadas al principio—especialmente si estamos atravesando un momento difícil—su repetición constante crea nuevas rutas neuronales que permiten interiorizarlas como posibles.
A diferencia del pensamiento mágico, las afirmaciones no niegan la realidad, sino que proponen una relación diferente con ella. No se trata de repetir que todo está bien cuando claramente no lo está, sino de recordarnos que aún en medio de la tormenta podemos elegir cómo interpretamos lo que nos ocurre.
“Podemos decir, por ejemplo, ‘soy capaz de superar esto’, ‘mi valor no depende de la opinión ajena’, ‘me doy permiso para descansar’. Estas frases funcionan como anclajes frente al ruido externo”, sugiere Rebeca. Ursula complementa: “Si no elegimos lo que pensamos, terminamos repitiendo lo que el mundo ya piensa de nosotras”.
Las afirmaciones son, en cierto modo, pactos con nuestra versión futura. Nos invitan a vernos más allá del dolor momentáneo y a actuar desde un lugar más alineado con nuestras necesidades profundas.
Cuidar el lenguaje interno: el diálogo más influyente
Uno de los puntos más insistentes en la conversación fue el papel del lenguaje interno. Aquello que nos decimos a solas, en voz baja o en silencio, tiene un impacto que muchas veces subestimamos.
“Las palabras que usamos para describirnos o hablarnos marcan nuestras emociones. Si constantemente me digo ‘soy un desastre’, mi mente lo adopta como una verdad”, explica Rebeca.
Este diálogo interno negativo muchas veces no proviene de nosotras, sino de voces heredadas: de figuras parentales, de experiencias escolares, de normas culturales. Reconocer que no todas nuestras ideas sobre nosotras mismas nos pertenecen es el primer paso para elegir nuevas narrativas.
“Podemos empezar por reemplazar el ‘qué tonta soy’ por ‘me estoy esforzando en mejorar esto’ o por ‘aún no me sale, pero estoy aprendiendo’”, propone. Esa pequeña transformación del lenguaje puede modificar radicalmente el tono emocional de nuestro día.
Desmontar creencias heredadas: género, cultura y autoimagen
Las creencias más arraigadas rara vez se originan en un solo momento. “Somos un cúmulo de experiencias”, señala Rebeca. Algunas vividas en carne propia, otras absorbidas como esponja de nuestras familias, de la escuela o incluso de la cultura popular.
Una de las más comunes es la sensación de no ser suficiente: “No soy suficientemente buena hija, pareja, profesional…”, enumera. Ese pensamiento, al instalarse, nos lleva a rodearnos de personas que lo confirman y a repetir decisiones que lo alimentan.
También persisten mandatos de género. “Muchas mujeres creen que deben evitar el conflicto a toda costa, y complacer a todos, aunque eso implique traicionarse a sí mismas. Los hombres, en cambio, aprenden que la única emoción permitida es la ira”, explica.
Y no podemos ignorar el contexto cultural. Frases como “calladita te ves más bonita” o “no hagas olas” no son solo refranes: son instrucciones de vida que nos alejan del derecho a expresar lo que sentimos o necesitamos.
Reconocer el patrón es solo el comienzo
Una vez que identificamos que algo no funciona—que reaccionamos con ira, que buscamos aprobación a toda costa, que sentimos que todo nos sobrepasa—comienza el trabajo real. “En ciencia de la mente no hablamos de problemas, sino de condiciones. Y toda condición se puede transformar”, explica Rebeca.
Desde esa perspectiva, no somos defectuosas ni estamos rotas. Simplemente estamos reproduciendo patrones que pueden cambiarse.
El tratamiento espiritual mental que propone esta filosofía se basa en cinco pasos: reconocimiento de la vida como energía creadora, unificación con ella, realización del cambio deseado, agradecimiento y liberación. Aunque puede sonar abstracto, cada uno de estos pasos apunta a una reconfiguración profunda de nuestro foco emocional.
Cuando el cambio sí se siente
Las transformaciones pueden parecer pequeñas desde fuera—contestar el teléfono con amabilidad, llegar a tiempo sin ansiedad, preparar la cena sin agotamiento emocional—pero en realidad son profundamente significativas. “He visto personas que cambiaron de perspectiva y de pronto pudieron disfrutar la playa sin sentirse fuera de lugar, o reencontrar la alegría en su rutina diaria”, cuenta Rebeca.
Porque en última instancia, no se trata de cambiar el mundo exterior, sino de modificar cómo lo experimentamos. “No todo está en nuestras manos, pero nuestra manera de mirar, de sentir y de responder sí lo está”, concluye.
Una práctica para comenzar hoy
Para quienes desean iniciar este camino, Rebeca sugiere comenzar con dos prácticas sencillas pero sostenidas:
- Agradecimiento diario: “Agradece entre tres y diez cosas. No importa la hora, lo importante es la constancia.”
- Afirmaciones personales: “Escríbelas en positivo, en presente, y que reflejen lo que quieres experimentar, no lo que deseas poseer.”
Algunas de sus favoritas: “Me alcanza el tiempo para todo”, “Llego a tiempo a todas partes”, “Me encanta mi cuerpo tal como es”, “Tengo una familia unida”.
Y como bien aclara, no se trata de acumular objetos, sino de cultivar estados emocionales. “Si quiero experimentar alegría y confianza, eso es lo que debo sembrar con mis pensamientos.”
Mira el episodio complementario “Ciencia de la mente: Gratitud, afirmaciones y neuroplasticidad” en nuestro canal de YouTube: https://youtu.be/M1fnIJf1P9A