Sanar las huellas del pasado: reconecta con tu niña interior

Mira el video complementario Explorando tu relación contigo misma y tu niña interior en nuestro canal de YouTube: https://youtu.be/_C216ZcPwu0

Cuando una niña descubre el mundo, su piel y sus sentidos forman un mapa delicado de texturas, colores y emociones. Sin embargo, en ese mismo trayecto, una palabra áspera, un abrazo ausente o el silencio cómplice de un reproche pueden enterrarse como semillas invisibles, listas para brotar en forma de inseguridades o reacciones desproporcionadas. En esta exploración íntima, nuestra cofundadora Ursula Pfeiffer plantea una pregunta fundamental:

“¿Qué significa para ti tu relación contigo misma y cómo se conecta esto con la idea de la niña interior?”

Con esa puerta abierta, la psicóloga clínica Berta Gálvez, especialista en resiliencia y salud emocional, define con sencillez certera la esencia de este vínculo:

“Cuando hablamos de niña interior nos hablamos de una herida emocional.”

Esa herida, explica, se forja en las primeras sombras de nuestra historia: en la mirada esquiva de un padre que no llegó a tiempo, en el reproche disfrazado de broma, en el silencio que dice más que mil palabras. Para ilustrarlo, Berta recuerda la imagen de un parque imaginario donde la niña interior se sienta, tal vez sin rostro, tal vez temerosa, y extiende una mano vacilante. Ese gesto aparentemente simple revela la edad exacta en la que aprendimos a guardar el dolor en silencio.

En la adultez, esas cicatrices se manifiestan con sutileza pero con fuerza. Ursula comparte el eco de una experiencia común: al sentarse a negociar el presupuesto familiar, una voz interna se alzó con urgencia:

“¡A mí no me hables de plata!”

Esa exclamación, dice Ursula, no surgió de un temor real al dinero, sino de un reproche infantil escuchado entre las paredes del hogar, donde hablar de cuentas solía encender viejas discusiones. En otra escena, Berta recuerda cómo una frase tan inocente como “¿Qué más quieres?” se convirtió en un talón de Aquiles que resonó durante años con la dureza de un abandono no reconocido.

Frente a estas huellas invisibles, Berta propone tres rituales cotidianos para restituir el cuidado que quizá no recibimos:

Introspección nocturna
Antes de apagar la luz, regálate cinco minutos de reflexión: anota en tu cuaderno sin juicio las emociones que brotaron a lo largo del día. Pregúntate: ¿qué me dolió? ¿qué me llenó de alegría? ¿qué reacción me sorprendió? Ese simple giro de atención convierte la oscuridad de la noche en un espejo, revelando los senderos donde aún duele.

Escucha activa de tu diálogo interno
Detén el impulso de responder de inmediato a tu voz crítica. Observa las palabras que te dices en un momento de tensión: “no sirvo para esto”, “me gané este reproche”. Ese lenguaje contiene las pistas de las heridas que exigen compasión.

Ritual de reescritura emocional
Como quien edita el final de un sueño aterrador, imagina un desenlace sanador para la escena que te oprime. Si en tu imaginario un hombre te perseguía, hazlo caer en un hueco protector y observa cómo te liberas. Ese ejercicio creativo te devuelve el poder de autora de tu propia historia.

Al integrar estos hábitos, aprendemos el arte del self-soothing, o auto-reconfortarse: la capacidad de ofrecerte a ti misma el abrazo que quizá no recibiste. Berta lo ejemplifica con una vivencia personal: tras un resultado electoral que la dejó abatida, pidió ayuda a una amiga.

“Terminar sonriendo engaña al cerebro y restituye la calma.”

Ese simple acto de risa compartida se convierte en un bálsamo que demuestra cuán poderosa es la compasión que nos brindamos mutuamente.

Sanar la niña interior libera un Atlas emocional que, hasta entonces, cargaba el peso de ofensas y expectativas ajenas. Al soltar esa carga, recuperamos ligereza: un reproche deja de convertirse en montaña y un elogio deja de desatar inseguridades. En ese espacio de alivio, nuestras relaciones florecen sobre cimientos más auténticos: al expresar con honestidad nuestras necesidades y límites, construimos puentes de confianza que antes parecían inalcanzables.

Este proceso no busca la culpa, sino la compasión: comprender que aquellas voces internas —la del reproche, la del miedo, la de la vergüenza— surgieron en un contexto de vulnerabilidad y falta de contención. Reconocerlas implica perdonarnos por responder con miedo, y ofrecerles, al mismo tiempo, el abrigo y la palabra suave que necesitaban.

En palabras de Ursula Pfeiffer:

“La confianza es el mejor de los regalos; ganártela y respetarla es un privilegio que todas podemos ofrecer.”

Ese acto de confianza comienza en casa, dentro de nosotras mismas. Cada noche de introspección, cada nota escrita en silencio, cada escena reescrita en la imaginación, es un ladrillo en el puente que une al presente con la niña que fuimos.

La plenitud que anhelamos no es un destino distante, sino la consecuencia de cuidarnos paso a paso. Mirar con ternura aquella versión infantil, ofrecerle el abrigo que no tuvo y reconstruir la narrativa de su historia nos libera de las cadenas invisibles que a veces gobiernan nuestras decisiones. Al hacerlo, tejemos un manto de autocompasión que sostiene cada paso de nuestro día con ligereza y profundidad.

Mira el video complementario Explorando tu relación contigo misma y tu niña interior en nuestro canal de YouTube: https://youtu.be/_C216ZcPwu0

Este artículo forma parte de la sección Pluma de Eva de Yuriyana Club, un espacio creado por mujeres para mujeres.

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