Antes de entrar al tema, hagamos memoria. En el primer artículo sobre amistad femenina revisamos la competencia silenciosa que puede instalarse entre amigas y propusimos siete preguntas para detectar si un vínculo nos eleva o nos agota. Hoy afinamos la lupa y miramos dos patrones que, aunque parezcan opuestos, terminan en el mismo punto: cansancio emocional. Hablamos de la adicción al drama y del narcisismo positivista.
Cuando la amistad se parece a una telenovela
El término Drama Queen se puso de moda hace años y todavía circula en redes, memes y chistes rápidos. La etiqueta se usa tanto que parece inofensiva, pero detrás hay algo más que gusto por las historias intensas. Una amistad atravesada por la adicción al drama funciona, sin exagerar, como un guion de serie semanal: si no hay conflicto, se inventa o se exagera.
El mecanismo se alimenta de atención. Mientras el grupo gira alrededor de la última ruptura, del mensaje confuso de un ex o de la frase poco clara que soltó un compañero de oficina, la persona que lidera el drama está en su zona de confort. El problema es el peaje emocional que pagamos quienes la acompañamos: cada conversación termina con la sensación de haber corrido un maratón sin movernos de la silla.
Notar este patrón no es atacar a la amiga de turno. Habitualmente, el dramatismo crónico viene de la mano de inseguridad: sentir que sólo en el pico de intensidad uno tiene un lugar. Sin embargo, entender el origen no nos obliga a quedarnos en la función. Si cada encuentro nos deja agotadas y sin ganas de avanzar con nuestra propia vida, el precio resulta alto.
El lado luminoso (y tóxico) de la moneda
En apariencia, el narcisismo positivista es mucho más amable. Nada de quejas largas, nada de lágrima fácil. Todo es oportunidad, todo es aprendizaje, todo es “vibra alta”. ¿El problema? La positividad se convierte en un filtro que descarta cualquier emoción incómoda. Tristeza, rabia o frustración se leen como fallos de carácter, no como partes normales de la experiencia humana.
Cuando compartes algo difícil —una enfermedad familiar, un empleo perdido, una ruptura— la respuesta puede parecer optimista, pero se siente hueca: “Todo pasa por algo, piensa en positivo”, “Esto te hará más fuerte”, “No le des poder a la tristeza”. Son frases que, sin mala intención aparente, te dejan sola con lo que sientes. Resulta paradójico: frente a la amiga “todo bien”, tus emociones parecen demasiado ruidosas, así que decides callarlas.
Así como el drama perpetuo brota de la inseguridad, el positivismo narcisista también es un escudo. Admitir angustia o miedo pondría en cuestión la autoimagen de resiliencia perfecta que la persona necesita sostener. De nuevo, comprenderlo no implica soportarlo. Una amistad donde sólo cabe la alegría impostada acaba empujando al silencio o a la auto-duda.
¿Cómo distinguirlos en la práctica?
Las conductas dramáticas y el positivismo tóxico pueden mezclarse con rasgos cariñosos o gestos auténticos, por eso pasan el filtro durante años. Conviene detenerse en sensaciones concretas:
- Después de una larga charla, tengo la cabeza despejada o revuelta?
- Siento que hay espacio para mis novedades, incluso si son buenas?
- Puedo hablar de algo triste sin que lo minimicen ni lo conviertan en espectáculo?
Responder a estas preguntas con cierta frecuencia ayuda a detectar si la balanza del vínculo empieza a inclinarse hacia un lugar poco sostenible.
¿Qué hacer cuando la dinámica nos salpica?
La salida automática sería alejarse, pero no siempre es necesario romper la relación. Hay una ruta intermedia: poner límites y observar la reacción.
- Nombrar el patrón con ejemplos concretos. “Me doy cuenta de que, cuando contamos algo, terminamos reenviando audios del ex y analizando cada coma. Me deja agotada”. O bien: “Cuando te cuento que estoy triste, me dices que no sea negativa. Necesito que sólo escuches un rato”.
- Proponer un cambio alcanzable. “La próxima vez que hablemos, ¿probamos dedicar diez minutos a lo que nos alegra?” Si la respuesta llega entre reproches o burlas, ahí tienes una señal clara.
- Cuidar el propio espacio mental. Si el límite no se respeta, toca reducir la exposición. Puede ser vernos menos, elegir planes donde la conversación no derive en autopsias sentimentales o, sencillamente, compartir menos detalles personales.
- Buscar variedad de apoyo. Encargar a una sola persona todos los temas —la catarsis, la alegría y la escucha profunda— suele desbordar la relación. Ampliar el círculo de confianza o acudir a terapia cuando el tema lo amerite evita que la amistad se convierta en único salvavidas.
La honestidad como brújula
Ni el drama ni el optimismo de cartón son males incurables, pero necesitan voluntad de ambas partes. Si la otra persona escucha y ajusta, la amistad puede salir fortalecida: menos picos, más contacto real. Si, por el contrario, la reacción es retroceder, negar o atacar, no queda mucho margen. El cuidado personal no es negociable.
Recordemos, eso sí, que el primer paso consiste en revisar nuestro propio papel. ¿Añadimos tensión cuando relatamos algo? ¿Saltamos demasiado rápido a la frase motivacional porque nos incomoda el dolor ajeno? Observarnos con la misma lupa ayuda a no caer en el juego de la etiqueta fácil.
Mirar la amistad como un proyecto a largo plazo
Los vínculos se sostienen cuando hay espacio para toda la gama emocional: el triunfo y el tropiezo, la carcajada y el llanto breve. No se trata de igualar caracteres —unas somos más expresivas, otras más reservadas— sino de mantener la puerta abierta a la complejidad. La confianza crece al ritmo de la honestidad compartida.
En el próximo artículo veremos cómo traducir esa honestidad en conversaciones difíciles que reparan, en lugar de romper, la cercanía. Cerraremos la serie con ideas para formar círculos de apoyo donde la colaboración valga más que el espectáculo o el brillo impostado.
Entre tanto, si quieres profundizar en los ejemplos y escuchar la charla completa que inspiró este texto, puedes verla aquí:
https://youtu.be/hc0SzhMRHU0
Lleva algo para anotar. Es probable que, mientras escuches, aparezcan escenas concretas de tu propia historia. Ponerles nombre es el primer paso para elegir si ajustas la trama o cambias de canal.