
Desafíos, contradicciones y resistencia
En pleno siglo 21 y en el discurso público, hablar sobre la experiencia de ser mujer continúa siendo un tema controvertido. La pregunta que surge inevitablemente es, ¿por qué? ¿Qué se esconde detrás de esta renuencia a discutir y explorar la manera en que cerca del el 50% de la población mundial experimenta la vida? La respuesta es que, a pesar de los avances en igualdad de género de la actualidad, persisten estereotipos profundamente arraigados sobre qué roles le pertenecen a la mujer.
La controversia, entonces, surge como un sentimiento reactivo social. Uno que se resiste a que la mujer deje de cumplir dos roles que viene sirviendo desde tiempos inmemoriales: el de madre y el de objeto sexual, entendido como vía de placer sexual para el hombre. El que ambos roles estén estrechamente relacionados con el ciclo reproductivo femenino explica a su vez el porqué del especial interés que distintas sociedades han puesto y continúan poniendo en dos momentos específicos en la vida de la mujer: la llegada de la menstruación y la menopausia.
Un ejemplo clarísimo de esta fijación en el inicio y final de la etapa sexualmente reproductiva de la mujer es la suerte de las consortes del rey Enrique VIII de Inglaterra, cuya suerte dependía de su “capacidad” de concebir un heredero varón. De fallar, en el mejor de los casos perdían su matrimonio y, en el peor de los casos, la vida. Entonces, la controversia en torno al tema de la mujer se centra con la resistencia social hacia un nuevo rol de mujer: la de ciudadana e individuo que entiende la maternidad y el ejercicio de su sexualidad como opciones personales y no como deber ni obligación.
Hace poco más de 100 años que el derecho al voto femenino se comenzó a expandir como marea incontenible por el mundo. Pero lejos de ser un tsunami, el proceso ha sido largo y accidentado. Increíblemente, aún en países que representan el progreso mundial. En Suiza, por ejemplo, la mujer no obtuvo el derecho a voto universal hasta el año1971. Ecuador, por otro lado, fue el primer país latinoamericano en otorgarle a la mujer el derecho a voto. Sin embargo, la ley sólo consideró a mujeres que cumplieran con cierto nivel educativo dejando fuera a gran parte de la población femenina del país, como si la alfabetización dependiera únicamente del individuo y no del sistema. Tuvieron que pasar 50 años para que el derecho a voto fuera universal.
Esta limitación de roles ha dado lugar a una dicotomía en la forma en que las mujeres se expresan y son percibidas en la sociedad. Por un lado, algunas adoptan una actitud ultra agresiva, una “masculinización” social, como una forma de desafiar los estereotipos de debilidad y sumisión asociados con lo femenino. Un claro ejemplo son las películas de acción y guerra donde el personaje central es una mujer lista a abrirse paso por el mundo a golpes y disparos. Como en otros ámbitos sociales, se cambia el rostro del personaje (ej., género, raza) pero la narrativa se mantiene. En otras palabras, el gran cambio es permitir que la mujer protagonice historias del imaginario masculino. Pero, ¿es ése el empoderamiento que buscamos como mujeres? ¿Queremos continuar por el mismo camino de violencia que nos ha traído a este punto en la historia?
Por otro lado, está la ultra sexualización de la mujer donde se le exige ser “sexy” pero no necesariamente sexual. Es una delgada línea que lleva a muchas a tambalear al tratar de encontrar la manera de presentarse al mundo y que podemos constatar rápidamente con un scroll por nuestras redes sociales. Entendiéndose, además, que aquellas mujeres que sean sexys y sexuales se exponen a ser marginadas.
Además, la internalización de una mirada masculina sobre el cuerpo femenino ha llevado a muchas mujeres a rechazar sus cuerpos. Según estadísticas recientes de la Asociación de Cirujanos Plásticos de Estados Unidos, el 87% de los procedimientos cosméticos son realizados en mujeres. Es decir, de cada 10 personas que cuentan con los medios para cubrir el alto costo de las cirugías plásticas cuya finalidad es moldear y “remodelar” cuerpos sanos de acuerdo a estándares sociales de qué se considera atractivo y qué no… nueve son mujeres. Ese es el peso de la mirada masculina.
Esta dicotomía de roles de mujer como madre y mujer como objeto sexual, crea una profunda dificultad para encontrar nuestra propia voz y establecer relaciones auténticas con nosotras mismas y con el mundo que nos rodea. Sin embargo, la solución a estos desafíos no radica en la conformidad con los roles de género preestablecidos, sino en el reconocimiento, cuestionamiento y resistencia contra ellos.
La verdadera emancipación de las mujeres como ciudadanas, líderes e individuos sólo puede lograrse mediante la creación de un mundo en el que se reconozca y valore la diversidad de experiencias y expresiones de vida. Donde se entienda que las características femeninas, sea que emergieron de manera orgánica o por socialización, tienen un valor; que tener líderes empáticos es beneficioso; que se puede construir a través de la colaboración sin tener que recurrir a la eterna competencia; y que no necesitamos conquistar el mundo sino crear una mejor vida para todos. Es hora de que las mujeres reclamen su voz, su espacio y su poder.