
Nada es bueno y nada es malo. Sólo existe el potencial. Las expectativas que nos formamos en torno a la vida, a nuestras experiencias e incluso hacia los demás y nosotras mismas pueden ser tan liberadoras como limitantes. Por un lado, nuestras expectativas pueden ser ese aliciente que necesitamos para dar cada paso hacia una meta deseada; y, a la vez, pueden convertirse en barreras que nos impiden disfrutar de nuestros logros. ¿Cómo es esto?
Cuando permitimos que nuestras expectativas se solidifiquen en un ideal fijo y asumen una forma concreta, se vuelven como faroles enceguecedores que no nos dejan ver las bendiciones inesperadas que suelen presentarse cuando menos imaginamos.
Por supuesto que es humano y natural que, a medida que nos esforzamos por alcanzar la satisfacción personal y aspiramos a lograr nuestros objetivos, dibujemos en nuestras mentes imágenes de cómo deben darse las cosas. El problema es que desarrollamos conexiones emocionales con esos resultados deseados y ese apego emocional solidifica nuestras expectativas. Es nuestro apego emocional a nuestra visión del futuro lo que nos ciega a otras posibilidades y limita nuestra capacidad de encontrar alegría en resultados inesperados pero igualmente satisfactorios. Nos lamentamos por las expectativas no cumplidas en lugar de disfrutar de las bendiciones sorpresivas. Más aún, debido a que nuestras expectativas no se restringen sólo a resultados sino que enmarcan nuestras interacciones con otros, nuestras expectativas se hallan al corazón de nuestras comunicaciones fallidas y de nuestros desencuentros con otros.
Nuestras expectativas nos llevan a reaccionar emocionalmente ante la otra persona. Llevados por la emoción, perdemos la capacidad de comunicar claramente lo que queremos y necesitamos del otro, así como de escuchar verdaderamente lo que el otro quiere y necesita de nosotros. Esto no quiere decir que siempre tenemos que ceder ante los deseos de los demás. Por el contrario, el no reaccionar nos permite ver las cosas con más claridad y decidir.
De manera similar, podemos sentir que hemos fracasado en lograr nuestros objetivos personales porque nuestras elecciones y acciones no han conducido a los resultados que habíamos imaginado como ideales. Pero a medida que nos abrimos a las circunstancias imprevistas podemos reconocer los aspectos positivos de nuestra nueva situación. Más aún, la capacidad de dejar ir nuestras expectativas no es extremadamente útil cuando tenemos que llegar a un acuerdo con los demás o nos encontramos ante situaciones inesperadas.
Abandonar las expectativas no significa adoptar una actitud negativa. Podemos seguir siendo optimistas y, a la vez, liberarnos de la presión de resultados específicos que sólo sirven para limitar las posibilidades que nos ofrece la vida. Por el contrario, dejar ir de nuestras expectativas nos permite ser flexibles y ver el potencial en cualquier resultado. A medida que te distancies de tus expectativas, tu vida son sólo será más emocionante sino que podrás apreciar con mayor claridad lo que el universo nos regala con cada experiencia.