Redescubrir el cuerpo desde la experiencia
Por generaciones, el pudor fue una segunda piel. Aprendimos a mirar nuestro cuerpo con recelo, a mantenerlo oculto, a no tocarlo ni nombrarlo. El deseo femenino se convirtió en un rumor apenas audible, algo que se intuía pero no se decía. Sin embargo, el cuerpo no olvida: guarda en su memoria la capacidad de sentir, de responder y de comunicarse en un lenguaje anterior a las palabras.
La sexóloga Arola Poch y la escritora y cofundadora de Yuriyana Club, Ursula Pfeiffer, nos invitan a recuperar ese diálogo corporal perdido. No se trata de cumplir con un ideal ni de imitar un modelo externo, sino de reconectarnos con la experiencia viva del cuerpo. Cada mujer posee una geografía única del placer, un mapa que solo puede trazarse desde dentro. Explorar, observar, respirar, sentir: gestos simples que devuelven autonomía y presencia.
Un cuerpo que se siente, no que se juzga
“La sexualidad forma parte de nuestra experiencia corporal”, afirma Arola. “Nuestro cuerpo es el vehículo para vivir, expresar y sentir. Pero para eso tenemos que conocerlo.” Esa familiaridad falta en muchas de nosotras porque crecimos viendo nuestro cuerpo como un espacio vigilado, más que habitado. Mientras el cuerpo masculino fue visible y celebrado, el femenino quedó asociado al silencio o la vergüenza.
Reconectar con él implica transformar esa narrativa. Ursula lo explica con precisión: “Podemos leer sobre anatomía o educación sexual, pero la fuente más honesta de conocimiento sigue siendo el cuerpo de una misma.” La información teórica abre la mente; la experiencia, el alma.
El mapa erótico: una geografía personal
Crear un mapa erótico propio es, como sugiere Arola, un ejercicio de autodescubrimiento. “No se trata solo de la zona genital. Tenemos un cuerpo entero para explorar, con zonas que despiertan placer de formas distintas. Lo importante es hacerlo sin prejuicios, con curiosidad.”
El mapa se construye poco a poco, sin prisa ni metas. “El empoderamiento sexual no consiste en hacerlo todo o probarlo todo —dice Arola—, sino en estar a gusto con nuestra sexualidad.” Ursula lo complementa: “El placer también requiere ternura. Escuchar lo que el cuerpo necesita y darle tiempo es parte del acto de cuidado.”
Conocerse no es buscar perfección, sino intimidad. Y en esa intimidad, cada gesto se convierte en una coordenada de placer.
Autoexploración: conocerse sin culpa
La autoexploración sigue rodeada de tabúes, pero es la puerta al autoconocimiento. “No podemos delegar en otros la tarea de descubrir qué nos gusta o qué nos produce placer”, afirma Arola. “La autoexploración no es egoísmo: es una práctica de intimidad con una misma.”
El primer paso, según ambas, no es físico sino mental. Implica cuestionar las voces heredadas que nos enseñaron a sentir culpa. “Debemos preguntarnos —propone Arola— si no exploramos porque no queremos o porque creemos que está mal.” Esa pregunta desvela la raíz de muchos bloqueos: una historia cultural que asoció el deseo femenino con el peligro o la vergüenza.
Explorar el cuerpo no es transgredirlo. Es reconciliarse con él.
Las capas del tabú
Detrás de nuestra distancia con el cuerpo no hay biología, sino cultura. “Tradicionalmente —explica Arola— el placer femenino fue invisible. Las relaciones giraban en torno al placer del hombre. A la mujer deseante se la señalaba; a la mujer silenciosa, se la premiaba.”
Esa herencia aún pesa, aunque haya cambiado de forma. Hoy, el mandato ya no es callar, sino complacer. Ursula lo resume así: “Nos enseñaron a cuidar a los demás, pero no a cuidarnos a nosotras mismas.”
El resultado es un desequilibrio que también se manifiesta en la intimidad: mujeres que dan, acompañan y sostienen, pero que se sienten desconectadas de su propio deseo. “Pensar en una misma no es egoísmo —recuerda Arola—, es una necesidad básica. Si no nos damos nosotras, ¿quién lo hará?”
Reescribir esa lógica es un acto de justicia corporal.
El mito de la obligación
Pocas ideas han hecho tanto daño como la del “cumplimiento” sexual. “Durante mucho tiempo se habló del deber marital”, recuerda Ursula. “Pero nadie se preguntaba si una mujer que se siente obligada puede disfrutar.”
Arola coincide: “La obligación es lo peor que puede ocurrir en la sexualidad. El deseo no nace de la imposición, sino de la libertad.”
Ambas subrayan que la autoexploración o la masturbación no compiten con la vida en pareja. “Son espacios distintos —dice Arola—. Estar conmigo misma no me aleja del otro, me acerca desde un lugar más consciente.”
Cuando el placer se vive desde el deber, el cuerpo se desconecta y la mente se llena de ruido: esto no me gusta, mejor no digo nada, que acabe pronto. Recuperar el deseo implica silencio interior, confianza y presencia.
Hablar del placer: el diálogo que el cuerpo merece
Una sexualidad plena requiere comunicación. Y hablar de placer no debería ser un tabú. “La clave es la naturalidad —dice Arola—. No se trata de presentar nuestro mapa erótico como una crítica, sino como una invitación.”
Ursula propone abordarlo con humor y complicidad: “Podemos sentar el marco de confianza y decir: hablemos de lo que nos gusta y de lo que no, sin juicios. Solo compartir.”
El diálogo sobre el placer no busca corregir, sino conectar. “Cuando compartimos nuestros gustos —explica Arola— no estamos dictando lo que el otro debe hacer. Estamos invitando a explorar.” La verdadera intimidad no depende de la técnica, sino de la escucha mutua.
El cuerpo que cambia, el placer que permanece
La madurez no es el fin del deseo, sino una nueva forma de vivirlo. “Se nos ha hecho creer que, al terminar el ciclo reproductivo, termina también la vida sexual”, reflexiona Ursula. “Como si solo sirviéramos para reproducirnos.”
Arola lo desmiente con claridad: “Nuestra sexualidad no acaba con la menopausia. Cambia, pero sigue siendo fuente de placer. Puede haber resequedad vaginal, pero existen soluciones. Además, el sexo es mucho más que la penetración.”
El placer no se mide en intensidad, sino en conexión. En la madurez, la sexualidad gana en profundidad: se vuelve más consciente, más serena, más auténtica.
Reescribir el mapa
Descubrir el mapa erótico es, en última instancia, un gesto de libertad. No hay una sola forma correcta de recorrerlo, solo la honestidad de hacerlo a nuestro ritmo. Requiere escucha, tiempo y ternura; y sobre todo, permiso: permiso para sentir, para disfrutar, para no hacerlo si no se desea.
“El sexo no es obligación ni demostración —resume Arola—. Es juego, encuentro y descubrimiento.”
Cada mujer, al trazar su propio mapa, se convierte en cartógrafa de su placer. Y en ese proceso, el cuerpo deja de ser un misterio que hay que descifrar para convertirse, finalmente, en una casa que podemos habitar con alegría y presencia.
Mira el episodio complementario “Descubre tu Mapa Erótico” en nuestro canal de YouTube: https://youtu.be/sgnRW-YQzqU


